miércoles, 27 de noviembre de 2013

EL TOTALITARISMO EN EL MUNDO

EL TOTALITARISMO EN EL MUNDO

En 1917 se instaura el primer régimen totalitario del siglo XX en Rusia: el socialismo marxista-leninista.

Cuando estalló la Revolución Rusa de 1917, las fuerzas democráticas encabezadas por Alejandro Kerensky asumieron el poder en el mes de marzo, cuando la Rusia Zarista había sido seriamente derrotada en la Primera Guerra Mundial. 

Vladimir Ilych Ulianov, mejor conocido como Lenin, nuevamente desterrado en Ginebra, entró en negociaciones con el Gobierno del Kaiser, acordando que el líder bolchevique atravesara Alemania en un tren cerrado. 

El Gobierno Imperial Alemán creyó entonces que los gritos de “paz” y “revolución” de Lenin sacarían a Rusia de la guerra.

En Rusia, el Gobierno de Alejandro Kerensky era la genuina autoridad que había destronado al Zar, convocando a una Asamblea Constituyente para que redactara una Constitución democrática para Rusia.

En un momento de caos en la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques (fracción mayoritaria del Partido Comunista), tomaron el poder del Gobierno parlamentario de Kerensky, disolviendo la Asamblea Constituyente con tácticas de violencia. 

Establecieron la “dictadura democrática del proletariado y del campesino” (en realidad se manifestaba la dictadura del proletariado solamente), pero de hecho era una dictadura sobre el proletariado: la dictadura del Partido Comunista.

En efecto, en octubre, se desencadenó la revolución socialista: obreros y soldados se apoderaron del Palacio de Invierno de San Petersburgo y conquistaron el poder. Los primeros actos de los bolcheviques fueron: 

firma de la paz, nacionalización de la tierra, control obrero de las fábricas, nacionalización de los bancos y de las grandes empresas comerciales, pues, en palabras de Lenin, se procedería a la construcción del Socialismo con base en las ideas de Carlos Marx (1818-1883) y de Federico Engels (1820-1895). 

El nuevo Estado se basó en el poder del Partido Comunista.

En realidad, la supuesta “Revolución de los Obreros” no fue organizada por grupos obreros o por trabajadores, ya que fue planeada y dirigida por fuerzas revolucionarias internacionales bajo la dirección de lo que habría de convertirse en el Partido Comunista. 

Este partido y estas fuerzas revolucionarias fueron dirigidas por intelectuales como Lenin.

El Socialismo marxista-leninista, al atacar los indudables abusos de los “monopolios” en el sistema capitalista, sólo pudo ofrecer como “solución”, en la práctica, un monopolio aún mayor en la dictadura de un solo Partido (un partido de Estado, en este caso, el Partido Comunista) y, por tanto, al control de unos cuantos sobre el sistema de Estado totalitario. 

Esto condujo no solo al monopolio de la propiedad, sino también al de la educación, de la prensa y de los demás medios de información, y como consecuencia, al control del pensamiento.[1]

En efecto, en la Unión Soviética (antes Rusia), y en los otros países de Europa Central y del Este, y en Cuba, en donde se estableció el socialismo, los dirigentes de Estado controlaron toda la riqueza, la propiedad y la industria; controlando también, por esa misma circunstancia, las declaraciones y expresiones de cada ciudadano, así como las agencias de información pública, teniendo en sus manos todo poder político, económico, social y financiero. 

Así, el dominio sobre los ciudadanos fue prácticamente total (totalitarismo), no habiendo distinción entre sociedad y Estado.

José Stalin, el dictador que gobernó a la Unión Soviética durante más de treinta años, deliberadamente asesinó a varios millones de Kulaks (agricultores rusos de clase media) porque no cooperaron con los planes y programas colectivos socialistas.[2] 

Según la ideología marxista, no existen los derechos humanos (coincidiendo con el fascismo y con el nazismo). 

Puesto que el Partido Comunista se consideraba inevitablemente destinado a establecer la dictadura mundial soviética (socialismo) para instaurar finalmente el comunismo en todo el mundo, el Partido Comunista también se consideraba a sí mismo como el único custodio y “juez” de los “derechos” que podían ser “otorgados” al hombre. 

En la práctica, por tanto, el Partido Comunista era el que decidía los derechos que se “concedían” a los ciudadanos.[3] 

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y tras el fracaso del sistema liberal, Mussolini en Italia y Hitler en Alemania, prometen solucionar todos los problemas sociales y establecen en sus países regímenes dictatoriales evocando sentimientos nacionalistas. 

Fascismo y Nazismo, por medio de la propaganda masiva y de la “persuasión”, intentan convencer a la gente de que la única respuesta a sus exigencias es la uniformidad, la conformidad con el modo de pensar del Jefe de Estado. 

Por tanto, hay que eliminar las diferencias de cultura, tradición y religión, y someterse ciegamente al jefe y al partido, olvidando toda iniciativa personal. 

Finalmente, el destino es perseguir ideales militares y violentos. Fascismo y Nazismo lograron manejar al pueblo y desarrollaron la producción y la industria militar. [4]

En Italia, el régimen totalitario será el fascismo (término referido a las fasces o haces de varas atadas alrededor de un hacha que en la antigua Roma simbolizaban la autoridad de los altos magistrados) de Benito Mussolini, surgido en una Italia destrozada por la guerra, con obreros y campesinos en la miseria; las clases medias y los grandes propietarios temen que los comunistas lleguen al poder y ven en la dictadura de Mussolini a su únicas defensa.

Mussolini es hijo de un herrero y funda el partido fascista (que llegaría a convertirse en un partido de Estado); sus hombre llevan a cabo espectaculares atentados contra los comunistas (los “rojos”). 

Con sus tropas (los “camisas negras”) organiza la famosa marcha sobre Roma en 1922. Llega al poder por medio de la intimidación y se hace dar plenos poderes por un año, deshaciéndose de la oposición parlamentaria y llena de fascistas al Parlamento.

El control social ejercido sobre la población, si no hubiera sido por el dique que significó la oposición de la Iglesia Católica, pudo haber sido prácticamente absoluto: 

se multiplican los arrestos y los registros; se incautan los periódicos de oposición; se prohíben las reuniones políticas (excepto las fascistas); prensa y radio son convertidos en instrumentos de propaganda; 

la educación es estrictamente controlada; los sindicatos son sustituidos por corporaciones (con la representación exclusiva de los intereses patronales y obreros); se suprime el derecho de huelga; niños y jóvenes son incorporados a organizaciones juveniles militarizadas; 

la Cámara de Diputados es transformada en una Cámara de las fasces y corporaciones subordinada a Mussolini, el dictador.

Sin embargo, Mussolini nunca pudo neutralizar o someter a la Iglesia: 

la Iglesia permaneció siempre como un guardián formidable de la conciencia privada, en un país donde el catolicismo era una fuerza influyente,[5] además de la presencia física del Vaticano en Roma.

Para absorber el desempleo, Mussolini (el Duce) realiza una política de grandes obras públicas: carreteras, desecación de pantanos, etc. 

También estimula la natalidad y la producción agrícola (battaglia del grano) y logra la autosuficiencia del grano sin tener que importarlo. Avanza en el terreno industrial pero continúa dependiendo del exterior, de Alemania principalmente. 

Se lanza a aventuras de conquista sobre Albania, Etiopía y Libia.

En 1929 una crisis económica afecta a todos los países occidentales en diversos grados. Alemania se encuentra con 3 millones de desempleados en 1930, con 5 millones en 1932, y con 6 millones en 1933. 

Los magnates de la industria pesada desean que una mano férrea imponga el orden en los asuntos socio políticos y sostienen económicamente al partido obrero alemán nacionalsocialista, mejor conocido como el partido nazi.

La elocuencia de Adolf Hitler cautiva a sus auditorios y el partido nazi obtiene cada vez más votos; en 1932 alcanza 14 millones de votos (el 37.4 %) y en 1933 el jefe de Estado, mariscal Hindenburg, ofrece a Hitler el cargo de canciller. 

Al igual que Mussolini, pero con muchísima mayor brutalidad, Hitler elimina a cuantos le estorban, acusando de los males padecidos por Alemania a judíos y a comunistas, principalmente. 

Miles de comunistas, seguidos por socialistas y sindicalistas, son enviados a los primeros campos de concentración.

También la Iglesia sufrió injustas y terribles persecuciones: se cerraron conventos, y muchos clérigos, bajo las más distintas acusaciones o aun sin ellas, fueron encarcelados o confinados en campos de concentración. 

No es pequeño el número de sacerdotes ejecutados o simplemente asesinados en el período comprendido entre 1933 y 1945. Se ejercía un severo control sobre la predicación y la enseñanza religiosa… 

Particularmente doloroso era para los católicos alemanes la opinión difundida en el extranjero, incluso en países católicos, de que en Alemania la Iglesia no sufría ninguna persecución. 

Alemania estaba totalmente cerrada al exterior. Sólo pasaban la frontera noticias censuradas. Incluso en el interior era difícil hacerse una idea justa de lo que realmente ocurría. 

No sólo se vejaba y se encarcelaba a católicos, sino también a protestantes, judíos y comunistas en gran número.[6]

“Para aliviar la miseria del pueblo”, Hitler (el Führer) se hace conceder plenos poderes; disuelve las organizaciones obreras; proclama al partido nazi como la única formación política autorizada (partido de Estado); elimina a los anticapitalistas; 

en 1934 las milicias de las SS asesinan a miles de sus oponentes; la Gestapo (policía secreta del Estado) fomenta el espionaje, las denuncias y la vigilancia sobre la población; la propaganda del omnipotente partido nazi se ejerce entre todos los sectores sociales.

En 1935 Hitler logra abatir significativamente el desempleo, gracias a su política de grandes obras y al rearme. 

Sus éxitos económicos y la fuerte represión, explican la escasa oposición surgida al interior del país.

Es significativo recordar a los hermanos Sophie y Hans Scholl, quienes en 1942 fundaron en Munich, con otros estudiantes animados de sus mismas ideas, basadas en el humanismo cristiano, el grupo Weisse Rose para combatir la tiranía nazi; 

conmocionados por la batalla de Stalingrado en 1943, los hermanos Scholl lanzaron en el claustro de la Universidad de Munich unos panfletos en los cuales condenaban los crímenes del Estado nazi contra la dignidad del hombre y exhortaban a la juventud alemana a que se uniera a la resistencia. 

Cuatro días después estos valerosos jóvenes fueron ejecutados.[7]

No deja de ser significativo el hecho de que en las elecciones de 1933, los peores resultados del Partido Nacionalsocialista se produjeran en las regiones católicas de Alemania.

Por tanto, no es de extrañar que la Iglesia Católica haya condenado los regímenes totalitarios (comunismo, fascismo y nazismo), por ser contrarios a la dignidad de la persona humana.



[1] Cf. Richard Cardenal Cushing, Arzobispo de Boston. Preguntas y respuestas sobre el comunismo, St. Paul Editions, Boston Mass, 1961

[2] Cf. López Ríos, Bernardo. Alexandr Soljenitsin: Precursor del triunfo de la Noviolencia sobre el totalitarismo, en Palabra, Revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional. Año 11, No. 46, octubre diciembre. México 1998, pp. 129-142
[3] Cf. López Ríos, Bernardo. Fundamentos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en Palabra, Revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, Año 11, No. 46 octubre diciembre, México 1998, pp. 47-66
[4] Cf. Historia Gráfica de la Iglesia. Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1990
[5] Shapiro, Leonard. El totalitarismo. Breviarios del Fondo de Cultura Económica. No. 312, México 1981, pp. 61-62
[6] Hertling, Ludwig. Historia de la Iglesia, Editorial Herder, Barcelona 1984, pp. 487-488
[7] En febrero de  2005 una nueva película sobre la figura de Sophie Scholl salió a la luz; se trata de La Rosa Blanca o también Sophie Scholl – Los últimos días, donde la actriz Julia Jentsch interpreta a Sophie. Basada en entrevistas con supervivientes y transcripciones que permanecieron ocultas en los archivos de la RDA hasta 1990, fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera en el año 2006

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