miércoles, 27 de noviembre de 2013

CONTRA LOS EXCESOS DEL CARDENISMO

CONTRA LOS EXCESOS DEL CARDENISMO

Sobre la “candidatura” de Lázaro Cárdenas a la presidencia de la República, dice Vasconcelos:

Como de costumbre, toda la maquinaria oficial se apresuró a poner en acción al partido del gobierno para simular una campaña electoral pagada por la propia administración. 

La intervención directa de las logias masónicas fue el rasgo singular de esta campaña política.[1]

El general Lázaro Cárdenas asume la presidencia en 1934, alargando el periodo a seis años. Destierra del país a Plutarco Elías Calles, crítico de su régimen, y el Partido Nacional Revolucionario (hoy PRI) fundado por Calles, lo expulsa de sus filas.

Cárdenas formó la Confederación Nacional Campesina (CNC) integrándola al PRM. Alentó el surgimiento de la CTM sobre otras organizaciones obreras. Patrocinó la formación de un sindicato de servidores públicos que pudiera dominar a la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) y formó el sector militar dentro del PRM.

Cárdenas hizo cumplir el artículo 3º para que la enseñanza fuera socialista y “desfanatizante”, sancionando muchas de las violaciones a dicho artículo, con la confiscación de edificios.

En enero de 1935, el Secretario de Educación Pública, Ignacio García Téllez (hombre de poca instrucción, a quien los periódicos apodaron “Nachus ineptus”), con motivo de la inauguración de la escuela de ingeniería electromecánica, alaba a Carlos Marx como a un gran bienhechor de la humanidad, diciendo que veía complacido al proletariado mexicano seguir las huellas del marxismo europeo.

García Téllez dispuso que para ser maestro en las escuelas, cada candidato debería declararse “exento de todo prejuicio religioso”, obligándolos a firmar una infamante declaración en estos términos: 

Declaro que quiero obedecer y hacer que sea obedecido el artículo 3º de la Constitución; declaro que quiero apoyar los fines de la educación socialista y las instituciones y al Gobierno de la República al implantar dicha educación en las escuelas; declaro que estoy dispuesto a propagar sin reservas los postulados y principios del Socialismo que apoya el Gobierno Nacional; 

declaro categóricamente que no profeso la religión Católica ni otra alguna; declaro categóricamente que combatiré con todos los medios los dogmas del clero católico y de otras religiones; declaro categóricamente que no practicaré ninguna observancia religiosa, ya exterior, ya interior, de la religión Católica Romana ni de otra alguna.[2]  

También comenzaron a prescribirse libros de texto francamente comunizantes, desde los primeros años de educación infantil; Cárdenas llegó a escribir una carta de recomendación y aprobación de los “principios pedagógicos” del libro de sexto año publicado por la Secretaría de Educación Pública. 

Otras lecturas enseñaban la lucha de clases o denigraban a la Iglesia con calumnias. Incluso, el aniversario de la Revolución rusa fue elevado a fiesta nacional en el calendario de la Secretaría de Educación.[3] 

La implantación de la educación socialista ocasionó a su Gobierno la oposición de los padres de familia, quienes con toda razón reclamaban el respeto a su derecho fundamental de educar a sus hijos correctamente. 

La población llegó a reaccionar, en ocasiones, en forma violenta, por lo que las disposiciones oficiales de educación socialista no tuvieron mucha eficacia

En 1936 se expropian las tierras algodoneras de La Laguna, en Coahuila. Creció la burocracia y apareció la corrupción. El agua no alcanzaba porque no se distribuyó adecuadamente y la tierra fue mal repartida por falta de planeación.

En 1937 Cárdenas decreta la expropiación de los Ferrocarriles Nacionales de México.

En Yucatán se reparten las tierras de la zona henequenera. Había tenido su auge en 1917, cuando el 90 % del henequén que se usó en el mundo provenía de Yucatán. 

Después del reparto, el Gobierno estableció la empresa “Henequeneros de Yucatán”, que administraba las plantaciones expropiadas, manejada burocráticamente, con corrupción, creando una nueva clase de millonarios políticos.

A los indígenas Yaquis se les entregan tierras en Sonora, incluyendo propiedades de Calles.

El 18 de marzo de 1938 se declara la expropiación petrolera a las empresas extranjeras. Por ello el Gobierno de Gran Bretaña rompe relaciones con México. Cárdenas rechaza el arbitraje internacional propuesto por los Estados Unidos.

Manuel Gómez Morín había concebido al Banco de México como un auténtico Banco Central, autónomo del Gobierno.

Nos dice don Manuel Gómez Morín:

Redacté la nueva ley monetaria y las reformas a la ley del Banco de México, para que quedara ya estrictamente como un banco central y no como un banco parcialmente comercial, y se dedicara a cubrir las funciones de banco central: la regulación de la moneda, la regulación del crédito…

Fue en 1936, a raíz de la tormenta agraria desatada por Cárdenas, sin programa, sin sistema, y de la intervención del Banco de México para financiar directamente todas las aventuras del Gobierno, cuando vino otra grave crisis: 

la segunda grave crisis que yo he visto en México después de 1925.[4]

Con la supuesta política de “reivindicaciones populares”, abusó en forma irresponsable de los fondos y reservas nacionales. 

Se desincentivó la inversión, se debilitó nuestra moneda y se desató la inflación, desarticulando el sistema económico recientemente reconstruido, dejando una economía vulnerable a los factores internacionales.

En efecto, se presentó una depresión económica profunda, se devaluó la moneda en 66 % y se congelaron inversiones. 

Después de la expropiación petrolera hubo boicot contra las exportaciones de petróleo y una enorme presión para restituir intereses de las compañías. Sólo la Segunda Guerra Mundial pudo evitar que la economía mexicana se hundiera del todo.



[1] Vasconcelos. Breve Historia de México, op. cit., p. 384
[2] Cf. Schlarman. México, Tierra de Volcanes, op. cit., p. 664
[3] Cf. Krauze, Enrique. Lázaro Cárdenas. Biografía del Poder No. 8, Fondo de Cultura Económica, México 1996, pp. 104-105
[4] Wilkie, op. cit., pp. 36 y 39

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