El conflicto con la Iglesia Católica
El jacobinismo del régimen obregonista se manifestó y los
antecedentes directos de lo que sería la guerra cristera hallaron cabida en su
cuatrienio: un atentado perpetrado en la Basílica de Guadalupe, el bombardeo al
Monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete y la expulsión de varios
miembros de la Jerarquía Católica.[1]
El 14 de noviembre de 1921 cierto individuo puso una
bomba a los pies de la venerada imagen de Santa María de Guadalupe, bajo
pretexto de colocar un ramo de flores. La bomba estalló produciendo grandes
desperfectos en el altar, pero respetó milagrosamente la imagen, de la cual no
se rompió ni el cristal que la cubría.
Los vidrios de los ventanales de la
iglesia se rompieron, parte del altar saltó en pedazos, y el crucifijo que
sobre él había, quedó violentamente retorcido.
La noticia del atentado y del
milagro, provocó en todo México una explosión de indignación contra el culpable
y de agradecimiento a María. Los actos de reparación en los templos fueron
numerosísimos y por demás solemnes.
El sacrílego criminal que puso la bomba era un empleado
de la Secretaría particular de Obregón. Llegó a la Basílica acompañado de
soldados disfrazados que lo protegieron después del atentado. Unos cuantos
minutos después de éste, Obregón habló personalmente por teléfono al presidente
municipal de la Villa de Guadalupe para pedir garantía y ordenar que entregaran
al dinamitero a la escolta enviada para custodiarlo.
Poco después llegó un
camión con tropas y se llevó al reo. Se supo el nombre de éste, se tuvo certeza
de la intervención de Obregón en el caso, pero el atentado quedó completamente
impune.
Como hemos visto, en 1923, Obregón, por los Tratados de
Bucareli reanudó con los Estados Unidos las relaciones diplomáticas, rotas
desde el asesinato de Carranza. Hasta esas fechas, el gobierno de obregón había
sido relativamente tolerante con la Iglesia.
Mientras sus gobernadores la
molestaban en los Estados, él dejaba funcionar los colegios católicos y
toleraba la existencia de conventos religiosos.
Sin embargo, después de restablecer relaciones con los
estadounidenses, comenzó a manifestar contra ella una hostilidad radical. Entre
otras cosas, expulsó al Delegado Apostólico, Monseñor Filippi, por haber
bendecido la primera piedra del Monumento a Cristo Rey, en el Cerro del
Cubilete y, por conducto de la Secretaría de Gobernación, mandó procesar a los
que tomaron parte en su inauguración. Esta acción se la interpretó el gobierno
como culto público, prohibido arbitrariamente por la Constitución.
En efecto, el 11 de enero de 1923 fue colocada la primera
piedra del Monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, en Guanajuato, hoy
“Montaña de Cristo Rey”, centro geográfico de la República Mexicana. Las
ceremonias fueron solemnísimas y estuvieron presididas por el excelentísimo
señor Delegado Apostólico, don Ernesto Filippi.
En toda la República los
católicos mexicanos se unieron en espíritu a los millares de peregrinos que
asistieron a la solemnidad.
La Asociación Anticlerical Mexicana, instrumento de la
señora Zárraga, pidió públicamente a la Secretaría de Gobierno la expulsión del
Delegado Apostólico.
En cumplimiento del artículo 24 Constitucional que
prescribe que el culto religioso debe celebrarse exclusivamente en los templos
o en los domicilios particulares, expulsó Obregón a Monseñor Filippi, el cual
en recinto privado y cerrado con mantas y tablas, había bendecido la primera
piedra.[2]
En octubre de 1924, tuvo lugar el Congreso Eucarístico
Nacional, celebrado con todo entusiasmo por el pueblo católico. Se adornaron
las calles de las ciudades y se colocó, en las puertas de las casas, la bandera
mexicana.
Los organizadores contaban o creían contar con la autorización del
gobierno para estas fiestas, especialmente para la solemnísima procesión con el
Santísimo Sacramento, en el recinto bardeado del Parque Lira.
Pero entonces el
presidente Obregón y el general Calles, secretario de Gobernación, juzgaron que
el conjunto del Congreso Eucarístico era culto público y así, el 8 de octubre
ordenaron violentamente la suspensión de todo lo planeado.[3]
Los católicos mexicanos buscaban desesperadamente una
solución al conflicto religioso. Hubo quien se convenciera que para obtener la
libertad de creencias, era necesario tronchar las cabezas de los principales
oponentes.
Para reemplazar a Plutarco Elías Calles, como presidente,
debía haber elecciones en 1928. De Sonora, y desde junio de 1927, el
expresidente Obregón lanzó su candidatura para un nuevo periodo presidencial.
Los artículos 82 y 83 de la Constitución de 1917 prescribían expresamente la “No
reelección”, que fue una de las grandes metas revolucionarias.
Sin
embargo, en octubre de 1925, siendo Calles presidente, el Congreso aprobó la
reelección para un solo periodo no inmediato. La nueva postulación de Obregón
fue legal, pero muy mal vista por los antiguos revolucionarios.
El ingeniero Luis Segura Vilchis, de Piedras Negras,
Coahuila, con algunos amigos suyos, intentó asesinar a Obregón durante su
campaña electoral.
El 13 de noviembre de 1927, cuando el general viajaba en su
automóvil por una de las calles del bosque de Chapultepec, Segura y sus amigos
le arrojaron una bomba de construcción casera. El atentado fracasó.
Obregón no estaba muy seguro de quiénes habían sido los
autores del atentado, y sospechaba de los partidarios de Serrano y de Gómez, o
tal vez del mismo Calles o de Morones, y mandó hacer investigaciones. Pero
Calles no quería investigaciones, sino solamente la sangre del Padre Miguel
Agustín Pro, S.J., para aterrorizar a los de la Liga Defensora de la Libertad
Religiosa.
En represalia fueron fusilados: Segura Vilchis y el
obrero Tirado, quienes ciertamente habían tomado parte en el atentado y
juntamente con ellos el Padre Miguel Agustín Pro, S.J. y su hermano Humberto,
inocentes del crimen.
En efecto, el 23 de noviembre de 1927, sin haber
precedido proceso judicial de ningún género (es decir, sin previo juicio), el general Roberto Cruz hizo salir al Padre Pro
y colocarse en el sitio de los fusilamientos ante el pelotón que lo iba a
matar. El Padre Pro declaró entonces:
“Pongo a Dios por testigo de que soy
inocente del crimen de que me acusan”.
El Padre Pro, S.J. fue beatificado el domingo 25 de
septiembre de 1988, por S.S. Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro de
Roma.
Luis Segura Vilchis, Juan Tirado y Humberto Pro fueron
fusilados esa misma mañana. Calles y la policía de México sabían perfectamente
bien que el Padre Pro y sus hermanos no habían tenido nada que ver en el
atentado contra Obregón.[4]
En el fraude electoral de principios de julio de 1928,
Obregón fue electo presidente por abrumadora mayoría aparente. En realidad no
era aceptado ni por los mismos revolucionarios.
Así que el 17 de julio de 1928,
fue finalmente asesinado por el caricaturista José de León Toral, en el
restaurante “La Bombilla”, en San Ángel, D.F.
Toral fue horriblemente torturado y ejecutado el 9 de
febrero de 1929.
El asesinato de Obregón, Calles lo atribuyó de nuevo a la
Iglesia pero todas las miradas de los políticos se dirigían contra Calles.
[1] Cf. Villalpando, José Manuel y Rosas,
Alejandro. Historia de México a través
de sus Gobernantes, 150 biografías de
los tlatoanis, virreyes y presidentes (1325-2000), editorial Planeta,
México, 2005, p. 190
[2] Cf. Gutiérrez Casillas, S.J., José Breve Historia de la Iglesia en México, ediciones Promesa, México,
1992, pp. 40-41
[3] Cf. López de Lara, S.J., Pablo Los Jesuitas en México, Breve
historia de cuatro siglos de la Provincia Mexicana, 1572-1972, editorial
Buena Prensa, México, 2001, pp. 127-128
[4] Cf. Joseph H.L Schlarman. México, Tierra de
Volcanes, de
Hernán Cortés a Miguel de la Madrid Hurtado, editorial Porrúa, México,
1993, pp. 593-627
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