EL SINARQUISMO
El 23 de mayo de 1937 cuatro jóvenes, José Antonio
Urquiza, Manuel Zermeño, José Trueba Olivares y Salvador Abascal, fundan en la
ciudad de León, Guanajuato, el movimiento llamado Sinarquismo.
Pretendía
ser un movimiento público que encuadrara grandes contingentes del pueblo,
apoyado en un principio en una organización secreta.
Sinarquismo significa dominio de la ley y del orden.
Su
programa era el siguiente: movimiento apartidista en pro de ejercer sus
derechos y obligaciones como ciudadanos cristianos; condenaba al comunismo, al
totalitarismo, a las dictaduras, a las tiranías, a las revoluciones de
cualquier clase, al sometimiento de la Iglesia por parte del Estado, como
resultaba en México desde la Constitución de 1917.
Afirmaba el derecho de propiedad, especialmente de los
pequeños terratenientes y condenaba los privilegios, las injusticias y la
explotación del hombre por el Estado. Reclutaba a sus militantes y obtenía
apoyo principalmente entre los campesinos.
Las manifestaciones de los sinarquistas, llevadas a cabo
con numerosísimas banderas, fueron atacadas a tiros y muchos de sus miembros
fueron asesinados.
Los sinarquistas no llevaban armas y consideraban a sus
muertos mártires de la causa.
El movimiento llegó a contar hasta 900 mil afiliados. Logró en sus principios un asombroso éxito y se
hizo sentir con sus famosas entradas a las ciudades de millares y millares de
partidarios, que iban siempre desarmados
–resalta José Gutiérrez Casillas, S.J.
En Tabasco, 3,500 sinarquistas en pos de Salvador Abascal
reconquistaron desarmados la libertad religiosa haciendo que se volvieran a celebrar
Misas en el Estado. En Baja California y Sonora fundaron colonias.
El gobierno
de México suprimió el periódico El Sinarquista, órgano oficial del
movimiento, y prohibió sus asambleas públicas. Posteriormente el Sinarquismo se
dividió, y una de sus ramas se convirtió en partido político con el nombre de
Fuerza Popular.
Visto en su conjunto, el Sinarquismo no fue una simple
reacción de campesinos miserables contra un estado de cosas socioeconómico. Fue
algo más hondo y más complejo, unido al repudio contra el viejo liberalismo
anticatólico, y de postulación de convicciones cabalmente religiosas.[1]
Lo cierto es que, en cuanto movimiento popular, con
criterio definido –aspiraba al establecimiento de un “nuevo orden cristiano”- y
rígida organización, el Sinarquismo fue, más bien, una corriente cívica –la
mayor que institucional y espontáneamente ha tenido México en su historia, en
sus momentos culminantes- que nutrió su ideario en directrices católicas, en lo
religioso;
opuestas a una dispersión partidista, en política; y de fuerte
inclinación a favor de la difusión de la propiedad, frente a la concentración
capitalista, o frente al colectivismo estatista del comunismo.
El Sinarquismo le dio a México un ideal contrario a las
ilusiones comunistas. E hizo vibrar en los humildes un sentimiento de dignidad
y de confianza en el porvenir de su país que parecía haber desaparecido para
siempre.
Además, el Sinarquismo creó la fuerza de que pudieron valerse para
quebrantar al comunismo. Este servicio, el más grande de todos, lo prestó el
Sinarquismo no sólo a México, sino a toda América.[2]
Se le debe además, al Sinarquismo, y en gran medida, el
fin de la persecución religiosa. La victoria de Tabasco fue la primera etapa.
Entonces se dieron cuenta en todos los medios, de la gran fuerza del
sentimiento religioso. Precisamente allí donde se le creía totalmente
extirpado, despertó con un poderío irresistible.
Comprendieron en los medios
oficiales que el ímpetu sinarquista provenía precisamente de la mística de sus
contingentes y de sus miembros en la religión tradicional.
Por su resistencia pasiva, y aceptando aun la muerte sin
resistir, el Sinarquismo le dio un golpe de muerte al pistolerismo. La
Revolución había transformado a los mexicanos, tan corteses y apacibles, en
personas que no respetaban ya la vida humana.
Al devolver a México su ideal tradicional, el Sinarquismo
restableció numerosos valores que habían sido olvidados. Volvió a lograr que se
honrara la bandera nacional.
Ya no se canta la Internacional (socialista)
en las reuniones de obreros o de campesinos. El Sinarquismo desplazó el
objetivo de Revolución Social y en su lugar colocó el de la Justicia Social.
El 30 de mayo de 2007, S.S. Benedicto XVI propuso la «no violencia» como
regla de vida para el cristiano, manifestación del triunfo del Espíritu. Un
precedente trascendente y actual de esta regla lo constituye el valeroso
ejemplo de los sinarquistas.
En 1939 el Partido de la Revolución Mexicana (antes PNR, hoy PRI) y todo el elemento oficial, obrero y campesino de la República apoya al General Manuel Ávila Camacho como candidato a la Presidencia de la República, quien recorre toda la Nación mostrándose ecuánime y declarándose públicamente creyente, indicando que pondría fin al conflicto religioso.
El General Juan Andreu Almazán, el otro candidato, es apoyado por grupos católicos y por la clase media, desilusionados por el radicalismo de Cárdenas, quien exigiendo el cumplimiento del artículo 3º, cerró escuelas católicas.
Almazán había tenido gran influencia durante la Revolución, y al frente del Partido Revolucionario de Unificación Nacional prometía poner fin a la agitación social e ideológica del cardenismo.
En sus discursos condenaba la
colectivización, la educación socialista, el ejido. Pugnaba por las pequeñas
granjas individuales y la autonomía municipal. Invocaba a su remoto líder
Emiliano Zapata. Los sinarquistas no lo apoyaban. El PAN sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario