martes, 21 de septiembre de 2021

Manuel Gómez Morín y las Relaciones Internacionales

 


Manuel Gómez  Morín
y las
Relaciones Internacionales

Por Bernardo López Ríos *

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica

Frente a las consecuencias de las guerras

Al poco tiempo de haber iniciado la Segunda Guerra Mundial, Gómez Morín vislumbraba graves males para la humanidad, de los cuales el más grave es el abandono de las normas morales, la descristianización y la negación de los derechos humanos, además de la limitación de la inteligencia para comprender los fenómenos sociales de esos momentos y poder darles una adecuada solución.

“La guerra extiende y ahonda constantemente sus males inmediatos, preñados además de amenazas de todo orden para el futuro.

Pero antes que la guerra y más aún que la violencia misma, ensombrecen pavorosamente la situación actual del mundo, el abandono de las normas morales y jurídicas que hacían posible la convivencia humana… Anonada la consideración de los males presentes… Y, entre ellos, del que parece ser causa y principio de todos los demás: la incapacidad de la inteligencia para iluminar los acontecimientos sociales, para normarlos adecuadamente.

… apartada de lo que es asiento y meta de toda obra social verdadera - la afirmación de un deber moral - la inteligencia trabaja en el vacío, se resuelve sobre sí misma y está en trance de sucumbir porque ha olvidado la Verdad, el Camino y la Vida…

Y es que en el campo de los fenómenos sociales y de la conducta humana, la inteligencia se proclama suficiente, autónoma señora, y con ello pierde su ímpetu creador, se vuelve mero disfraz de apetitos y pasiones, y se esclaviza al mal y a la mentira, sirviéndoles de instrumento”. [1]

Con la Segunda Guerra Mundial, dijo Gómez Morín: “Llegamos así al más grave acontecimiento no sólo de estos años, sino tal vez de toda la historia del México independiente: la declaración del estado de guerra”. [2]

Cabe recordar que el 13 de mayo de 1942, fueron hundidos los barcos petroleros Faja de Oro y Potrero del Llano por submarinos alemanes. El 22 de mayo fue recibida por el presidente Ávila Camacho una comisión del PAN en la que estaba Gómez Morín.

La prensa no conoció los términos de la entrevista, pero Gómez Morín, con su peculiar técnica de información de auténtico líder, los hizo saber a sus más allegados colaboradores, tanto de la Capital como de los Estados.

“Expuestos por el Partido los compromisos y peligros que reportaría al país una declaración de guerra, el Presidente no hizo otra cosa que informarles que, a lo largo de la frontera norte, estaban acuartelados 150 mil hombres de todas las armas americanas y que, en caso de mantenernos neutrales, aquellos estarían en la capital, en 24 horas.

Las razones de Ávila Camacho fueron expuestas con sinceridad y emoción. Recordamos vivamente el comentario final de Gómez Morín: La impresión esencial que nos dejó el Presidente fue la de que estábamos frente a un hombre guiado solamente por su patriotismo y totalmente solo, rodeado de amenazas, de engaños y de lambiscones”. [3]

Ese mismo día se declaró el “estado de guerra” contra Italia, Alemania y Japón. Se otorgaron facultades extraordinarias al Presidente y se suspenderían las garantías individuales. El PAN emitió después una declaración al respecto.

En 1927, escribía el joven Gómez Morín: “No vamos… a la Sociedad de Naciones, donde podríamos encontrar ayuda; donde, por lo menos, hallaríamos una tribuna con auditorio mundial para decir nuestra verdad, si alguna tenemos, y contrarrestar cuanto en contra nuestra se hace y se dice. Podríamos entrar a la Sociedad de Naciones por sumarnos siquiera a lo que de elevado y puro  representa la liga a pesar de sus limitaciones y de sus fracasos… Hace apenas 60 años, México tenía una posición respetable en la política mundial, no obstante sus luchas internas. Un papel de primera importancia en el continente, un porvenir en el Pacífico. Todo lo va perdiendo. Y quizá con ello ha contribuido al aminoramiento de toda América Latina, a la situación que prevalece en Centroamérica”.[4]

Años después, Gómez Morín se expresaría en estos términos: “Durante largos años hemos sacrificado la posición internacional que a México corresponde, para seguir caminos artificiosamente adoptados y direcciones que nos han venido desde fuera.

Así la conducta de México en la Sociedad de Naciones. Conducta demagógica, frecuentemente grotesca, con grave mengua del prestigio que podría correspondernos por una intervención modesta y digna. Así la actitud del Gobierno en todo el infortunado asunto español… se alió con los más bajos intereses internacionales… y tal vez ha sido comprometido en quién sabe qué manejos inconfesables”. [5]

Al respecto, Enrique Krauze afirma: “Negar que Cárdenas terminó su periodo presidencial en medio de una notoria, que no generalizada, impopularidad, sería querer tapar el sol con un dedo. Más temprano de lo que hubiera querido, en 1939 se desató la carrera de la sucesión  y con ella un alud de críticas… Hasta hombres sensatos como Manuel Gómez Morín criticaban ‘la conducta absurda’ de México en Ginebra… y la que siguió en el problema de los refugiados ‘permitiendo que los funcionarios mexicanos se convirtieran en agentes (…) de facciones que nos son extrañas’.” [6]

Al referirse a la política internacional, Gómez Morín piensa, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, en el interior de México.

“Desde hace dos años ensombrece las almas la guerra y sobre el dolor y la amargura que la guerra misma produce, se agregan todavía la pasión, las amenazas, la confusión que la inmensa pugna ha desencadenado… ¿ Con qué antecedentes de preparación llegó México ?… México ha llegado al momento de ahora, desorganizado, inerme, anémico; olvidado, otra vez, de su historia y de su destino.

Por eso y con razón se dice: el más grave problema internacional de México es su problema interno; el de su unidad auténtica, el de su solvencia económica, el de su paz social, el de su propia definición. Si ese problema de ser estuviera resuelto, el otro lo estaría también. Pero no es así.

La primera parte de una fórmula salvadora de nuestra política internacional, es ésta: volver los ojos hacia nosotros mismos, reencontrarnos, fortalecer nuestras esencias, reordenar nuestra economía, tener una estructura nacional genuina, rehacer y fundar nuestra fe”. [7]

Ya desde los 24 años y en el contexto de su experiencia como agente financiero de México en Nueva York, le escribía Gómez Morín a su amigo Roberto Pesqueira, lo que era y debería ser el Gobierno: “… necesitamos… tener un plan concreto, definido, categórico de acción en la política interior y en la exterior. Que el gobierno sepa qué quiere hacer y cómo le va a hacer. Que toda la gente dentro y fuera de México sepa a qué atenerse sobre nuestros propósitos y sobre los procedimientos que usaremos para lograrlos. Que cada uno de los miembros del gobierno (presidente o taquígrafa) conozca cuáles son sus funciones y cuál es su responsabilidad, y que se le deje obrar dentro de su campo de acción con toda su iniciativa y con todo su esfuerzo. Si no se logran estos desiderata de política y de organización, volveremos a entrar en el camino del fracaso que ya otras veces hemos recorrido”.[8]

Entiende la política internacional en el marco de estrechas relaciones internacionales.

“No estamos ni debemos estar aislados. La Historia y la Cultura, la Geografía y la Economía, nos vinculan, nos condicionan, nos obligan. Una política internacional es justamente, eso: el conocimiento de los lazos, de las condiciones y de las obligaciones de la Nación, su aceptación con decoro, y el aprovechamiento de esos vínculos, deberes y supuestos, para garantizar la vida independiente de la patria y su prosperidad, y con ello su posibilidad misma de lograr interiormente vigorosa organización y de dar colaboración eficaz y valiosa en las empresas de justicia y de paz para la comunidad internacional”. [9]

Años antes, en 1927, el joven Gómez Morín observaba que toda “nuestra infame literatura patriotera nos ha acostumbrado a perder de vista el punto internacional, y la política de nuestras cancillerías, hecha de incomprensión y de imprevisión, de notas con ridículos desplantes en algunos momentos y de servil sumisión en la realidad, nos ha hecho un pueblo sin visión mundial, olvidado de la comunidad humana, ignorante de sus cuestiones y guardamos una actitud despectiva o de fobia para el extranjero… No se buscó ayuda internacional para el desarrollo de nuestros recursos; lo que se hizo fue vender cuanto teníamos, cuanto nos querían comprar. Un imperialismo al revés. En vez de recibir, dimos… Los ferrocarriles, por ejemplo, ¿puede pensarse en una cosa más infame? Abandonamos los viejos caminos que España nos había dejado hechos y que no eran caminos nada más, sino verdaderas guías políticas: al Pacífico, al interior, a Centroamérica. Con excepción del ferrocarril mexicano, todos los demás fueron concebidos como mera prolongación, estratégica militar y comercialmente, de las líneas americanas… A fuerza de pensar en estas cosas, me duele el pensamiento cuando pienso… Mi México, mi pobre México”.[10]

Al final de la Segunda Guerra Mundial, decía Gómez Morín:

“… todos los hombres de buena voluntad, en un esfuerzo simultáneamente nacional y ecuménico que no desdeñe lo inmediato, lo próximo, ni olvide la creciente e inescapable solidaridad de todos los pueblos… Reafirmar nuestra fe en los principios… ¡Cuán confortante ha sido… saber que la más alta autoridad del mundo los considera permanentemente vivos y fundados y los postula como norma obligatoria, como paradigma, como único camino posible de salvación para la sociedad!… las voces más autorizadas por su generosidad y por su sabiduría, vuelven a los caminos que esos principios señalan; y los propios estadistas en sus declaraciones más solemnes, y en lo que tienen de más valioso los documentos oficiales como la carta del Atlántico, las actas de Chapultepec y San Francisco y las recomendaciones de la Oficina Internacional del Trabajo, los postulan explícitamente, como base y como meta de empeño”. [11]

En sus más hondas reflexiones sobre los efectos de la bomba atómica, señalaba:

“El mismo desencadenamiento de la energía nuclear fue horror para el hombre en el propio instante de su aparición, y seguirá siéndolo, y el mundo se mantendrá ensombrecido y convulso, mientras no se reconozca la única fuente verdadera de donde la paz puede brotar con la clara eficacia con que el agua brota del manantial: la buena voluntad de los hombres, según la promesa y el anuncio indefectibles…

Tal vez no ha habido en la historia una época más necesitada que la actual, del retorno al orden superior de subordinación de la materia al espíritu y de éste a la verdad, a la belleza y al bien, que no es sino otra forma de decir el Santo Nombre de Dios”. [12]

Y sobre la economía de Hispanoamérica y las relaciones internacionales, advertía Gómez Morín:

“…. es hoy cuando se encuentra, como nunca antes en nuestra historia, en situación abiertamente colonial ese aspecto básico de toda la economía que es la moneda; es hoy, siempre al amparo de una simulación, cuando nosotros mismos estamos gestionando para México y quizá para otros países hispanoamericanos, el sello definitivo del coloniaje económico, al subordinar a una institución ajena, que sólo en el nombre será de todos los países de América, nuestros regímenes monetarios y de crédito, nuestra vinculación con los mercados mundiales, hasta nuestra libre actividad intelectual en materia de economía pública, porque de esa institución ajena tendremos que recibir inclusive el consejo técnico respecto de nuestra propia economía”. [13]

Un hecho de importancia, ocurrido en Centroamérica ocasionó que  en 1954, sólo México y Argentina “se opusieran a una resolución de la OEA que condenaba al gobierno izquierdista de Guatemala y preparaba una salida diplomática para la invasión, apoyada por Estados Unidos, que derrocó al Presidente Jacobo Árbenz”. [14]

En un artículo publicado en La Nación, Gómez Morín se refería al golpe militar en contra del Gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, en el que decía:

“No hay duda alguna sobre la necesidad de protestar por la violación de un principio básico para la convivencia continental: el de no intervención. Ni la hay para mantener incólume la supremacía de los derechos nacionales sobre los de empresas coloniales como la United Fruit… Bien sabemos de intereses coloniales, apoyados desde el exterior por la conspiración del dinero y de la fuerza… Por Guatemala, sí… Contra la estupidez de un imperialismo blanco que ha desdeñado y todavía hoy no entiende a Hispanoamérica y fomenta y subsidia a sus tiranos y a sus falsos y crueles redentores. Y contra el imperialismo rojo y sus agentes servidores… Por Guatemala, sí. Por la causa Occidental de un mundo sujeto al derecho, de un mundo iluminado por la adhesión irrevocable a principios superiores, libre y suficiente, donde hombres y pueblos puedan dignamente convivir en paz y cumplir su destino… ni era posible pensar que dejara de afectarnos y de afectar a todo el Continente”. [15]

Acerca de estos aspectos ya había escrito antes Gómez Morín, cuando afirmaba:

“En interés de la paz continental, que puede ser preludio y tal vez semilla de una paz más amplia y duradera en todo el mundo, es preciso rechazar todo apetito o acto de imperialismo económico, político, militar o cultural, y absolutamente necesario establecer en la forma más solemne e inviolable, el principio del auténtico respeto de la plena independencia de todas y cada una de las Naciones, complementándolo con una organización sincera, eficaz, garantizada, para el arreglo pacífico de sus diferencias, y para una cooperación leal a la abundancia y al engrandecimiento de todas ellas”. [16]

Teniendo siempre presente que, en el caso de México “…una parte substancial de nuestro propio ser… la derivamos de un noble suelo de cultura… con las otras veinte naciones de Hispanoamérica”. [17]

Notas 

 Artículo publicado en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, año 16, No. 64, abril-junio, México, 2003, pp. 21-27


[1] Manuel Gómez Morín, Diez años de México, (1940), Epessa, México, 1996, pp. 43-44

[2] Ibid.,(1943), p. 125

[3] Luis Calderón Vega, Memorias del PAN, Tomo I, Epessa, México, 1992, pp. 85-86

[4] Enrique Krauze, Caudillos culturales en la Revolución Mexicana, Siglo XXI editores, México, 1994, pp. 250-251

[5] Diez Años de México (1940), op. cit., p. 45

[6] Enrique Krauze, Lázaro Cárdenas. General misionero, Biografía del Poder No. 8, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 169

[7] Diez Años de México (1941), op. cit., p. 106

[8] Krauze, 1994, op. cit., p. 137

[9] Diez Años de México, (1941), op. cit., pp. 107-108

[10] Krauze, 1994, op. cit., pp. 248-249

[11] Diez Años de México,(1945), op. cit., pp. 164-165

[12] Ibid., (1946), pp. 181-182

[13] Ibid., (1940), pp. 54-55

[14] Alan Riding, Vecinos Distantes: un retrato de los mexicanos, Joaquín Mortiz/Planeta, México, 1985, p. 406

[15] Manuel Gómez Morín, “Guatemala entre dos imperialismos”, en La Nación, Año XIII, Vol. XXVI, No. 663, 27 de junio, México, 1954, p. 2

[16] Diez Años de México (1941), op. cit., pp. 108-109

[17] Ibid., (1941), pp. 108-109



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